Comentario
En todo el área geográfica que durante cerca de cinco siglos cubrieron los múltiples Estados luvitas y arameos, a la par que sus inscripciones jeroglíficas; cuneiformes o cursivas, los historiadores han ido descubriendo un arte propio que, por encima de las diferencias a que hubiere lugar, posee una característica común, prácticamente limpia de antecedentes en el período anterior: la perfecta conjugación alcanzada en sus edificios entre arquitectura y escultura.
El arte de la región luvio-aramea es un arte sólido en su apariencia externa y en sus contenidos. Pero la naturaleza de las ruinas de sus ciudades, sumada a las condiciones de los primeros hallazgos ha hecho que la de esta época sea una de las parcelas más controvertidas y complicadas de la historiografía artística especializada.
La concesión de criterios de etnicidad al arte de un período tan vivo no deja de producir cierta insatisfacción. Pero es verdad que cuando los arameos comenzaron a asentarse, la mayor parte de los reinos luvitas existían ya y debían tener una práctica artística que la investigación suele ver manifestada tempranamente en Aïn Dara. ¿De donde venía este arte cuya madurez florecería en el siglo X? E. Akurgal defendía que en sus rasgos fundamentales, lo luvita presentaba una clara impronta hitita imperial, y su elección del término "neohitita" se justificaría por la continuidad patente en la onomástica, los dioses y el mundo simbólico. W. Orthamann llegaría a estimar neohitita a todo lo posterior al 1200, independientemente de la etnia o la lengua de sus autores, K. Bittel, entendiendo que las grandes líneas de fuerza o el tratamiento de cuerpos y gustos presentes en el arte sirio-anatolio del momento entraba en un marco semejante al del pasado, opinó que si se consideraran los detalles, resultaría que hay muy poco que pueda entenderse como resultado de la inspiración en los modelos antiguos. El problema pues parecía insuperable, porque los juicios de unos y otros resultan teóricamente aceptables.